“Uno de los
riesgos para el sistema partidista en México es que se aleje del pluralismo y
que los institutos políticos sirvan a intereses particulares en perjuicio del
interés general. La experiencia también nos alerta. Los partidos se
transforman, de acuerdo con distintas circunstancias, en instrumentos del poder
y, por ello, se convierten en objetivo de poderosos grupos de interés.
Los partidos
políticos pierden el rumbo, las dirigencias se corrompen, devienen en
organizaciones a modo que buscarán influir en el poder político, o bien,
conformarse con la cómoda participación para alcanzar cargos específicos y
pequeñas concesiones, victorias pírricas que no son consecuentes con la
ideología del partido y el cumplimiento de su proyecto.”
Escribí y
publiqué esos párrafos hace tres años, un año después de que Morena se alzó con
el histórico triunfo electoral de 2018. Lo hice como parte de un análisis más
amplio, contenido en el libro de mi autoría Péndulo político, que tuvo por
objetivo presentar la historia del partido, así como los riesgos que enfrentaría
en el futuro cercano.
Se trató de un
ejercicio de análisis empírico, teórico y académico que puse sobre la mesa como
un aporte de lo que desde entonces consideré un escenario no deseable, pero
posible, para Morena, un movimiento que, desde su fundación como asociación
civil en octubre de 2011 y como partido político en 2014, no había logrado
asegurar la institucionalización y la democratización de su vida interna.
Como parte de ese
ejercicio, desde entonces era posible afirmar que Morena modificó pesos y
contrapesos en el sistema de partidos, lo cual obligaba a una reconfiguración
en la que aquellos institutos políticos que desearan sobrevivir debían
recuperar o mantener la esencia democrática; combatir la centralización, donde
yace la principal causa de la crisis de representación; buscar
profesionalizarse sin burocratizarse, y evitar servir a intereses particulares,
en perjuicio de los populares y nacionales. En otras palabras, no perder el
rumbo y evitar que sus dirigencias se corrompieran.
En ese momento, y
todavía ahora, argumenté que no se podía olvidar —sería un suicidio político—
que el éxito de Morena como movimiento-partido y como válvula de escape para el
desgastado sistema de partidos de México, dependería en gran medida de la
separación que, una vez en el poder, se implementara entre el partido y el
Gobierno. Sigo creyéndolo. Formalmente, el presidente Andrés Manuel López
Obrador está separado del partido, pero su influencia y su condición de líder
moral del movimiento no lo hacen ajeno a las decisiones de aquél, por lo que
todo gira en torno suyo.
Lamentablemente,
Morena cayó en las trampas de la exclusión y el sectarismo, siendo víctima de
los riesgos que la teoría, la academia y múltiples experiencias, nacionales e
internacionales, han advertido desde décadas atrás.
La teoría
Existen partidos
políticos que tienen su origen en un liderazgo carismático, los cuales, de acuerdo
con el llamado modelo Panebianco, tienden a ser organizaciones estables y
relativamente exitosas mientras esté vigente el carisma de quien las lidera;
sin embargo, ante la ausencia de esa atractiva conducción, enfrentan fases de
inestabilidad organizativa, porque la dependencia a una figura obstaculiza el proceso
de institucionalización.
En la historia,
tales supuestos se pueden encontrar en casos de partidos políticos con líderes
carismáticos que, ante la ausencia de un proceso de institucionalización, se
debilitan cuando se ausenta la figura que cohesiona a la organización. En
México está, por ejemplo, el caso del PRD que, ante la salida de su principal
dirigente, no logró consolidarse como el principal referente de la izquierda
partidista.
Otros partidos de
izquierda en el mundo experimentaron fenómenos semejantes, demostrando los
riesgos que trae consigo un alejamiento de las causas que dan vida a los
institutos políticos. En Grecia, por ejemplo, el partido socialdemócrata
(PASOK), después de gobernar exitosamente tras la caída de la Dictadura de los
Coroneles en 1973, perdió su legitimidad popular cuando se distanció de sus
principios al aceptar un paquete de rescate financiero de orientación
neoliberal.
Su sucesor, la
Coalición de la Izquierda Radical (Syriza), nació de una reconfiguración de la
izquierda bajo el modelo de partido-movimiento, en el contexto de la crisis
económica que resultó de las reformas neoliberales. No obstante, los liderazgos
que condujeron al poder a Syriza fracasaron, al someterse nuevamente a los
dictados de los organismos financieros internacionales.
Pero también
existen casos en los que la pluralidad del pensamiento de izquierda ha logrado
caminar en unidad para construir una alternativa política viable. En Portugal,
a partir de 2015, el gobierno del Partido Socialista contó con el apoyo
parlamentario de otros dos partidos de izquierda, para articular una solución
política al modelo neoliberal de desarrollo.
Por su parte,
Brasil nos ofrece el ejemplo de un partido con un fuerte liderazgo carismático
que ha sido capaz de sortear obstáculos. Después del retroceso social que
comenzó con el golpe institucional que destituyó a la mandataria Dilma Rousseff
y se proyectó contra el principal símbolo de las transformaciones democráticas,
que es Luiz Inácio Lula da Silva, hoy el Partido de los Trabajadores se encuentra
en posibilidades reales de disputar la Presidencia a Jair Bolsonaro y poner un
alto a la reacción conservadora que desmanteló en los últimos años varias de
las conquistas sociales.
En España, el
partido-movimiento Podemos —que nació a raíz de las protestas sociales contra
los gobiernos y la crisis neoliberal de 2011—, a pesar de las tensiones
internas que experimentó, ha logrado consolidarse como una de las principales
organizaciones políticas del país, gracias a su capacidad de articular coaliciones
políticas con otros partidos de izquierda.
¿De qué lado quedará México?
Maurice Duverger
escribió en 1951 Los partidos políticos, su obra principal. En ella, como
muchos otros autores, planteó las distorsiones en que los partidos políticos
podían caer cuando la participación de sus integrantes se desvirtuaba. Para él,
“la dirección de los partidos presenta el doble carácter de una apariencia
democrática y de una realidad oligárquica. Solo algunos partidos fascistas se
escapan a esta regla, osando reconocer abiertamente lo que los demás practican
a hurtadillas.”
Antes de él,
Robert Michels, a inicios del siglo XX, postuló lo que denominó la ley de
hierro de la oligarquía. Con aproximadamente 40 años de distancia, ambos
autores coinciden en la idea básica de que incluso cuando los partidos asumen
que la elección de sus dirigentes en todos los niveles se debe realizar bajo
principios democráticos, lo cierto es que en la práctica los partidos con
carácter democrático terminan por asimilar las prácticas de organizaciones
partidistas con tintes autoritarios. Esto ocurre porque un partido autocrático
tiene ventajas organizativas sobre uno que busca organizarse de manera
democrática.
La oportunidad democrática
La historia les
ha dado la razón a estas teorías, pero me atrevo a sostener que Morena sigue
teniendo una oportunidad única en la historia para cambiar esta realidad, pues
su victoria en 2018 fue tan contundente y los partidos de oposición se
encuentran tan disminuidos, que nuestro movimiento cuenta con plenas
condiciones para dotar su vida interna de una verdadera democracia, sin el
riesgo de caer en las debilidades anticipadas por Duverger.
Lamentablemente,
a pesar de que las condiciones están dadas para que Morena se convierta en un
partido que logre vencer las profecías de la teoría política, la realidad
apunta hacia otro lado. Todo parece indicar que una vez más será uno de los
casos a los que Duverger hace referencia, en los que la dirigencia “se esfuerza
por conservar la apariencia democrática: los procedimientos autoritarios y
oligárquicos se desarrollan generalmente sin tener en cuenta los estatus, por
una serie de procedimientos desviados, pero eficaces”.
Afirmo lo
anterior porque, ante el reto más importante que Morena enfrenta en su corta
historia, que es la próxima renovación de congresistas nacionales, de las y los
consejeros estatales y distritales y del Consejo Nacional —el máximo órgano de
dirección del partido—, las acciones que llevan a cabo algunos dirigentes están
inclinando la balanza hacia el lado de la simulación autocrática, alejándose de
la verdadera democracia.
Para nadie es
sorpresa que desde que el ahora presidente dejó el partido, tanto la renovación
de sus dirigentes como de sus órganos internos ha sido deficiente, dejando
dudas sobre su carácter democrático y faltando al compromiso que, como
movimiento plural, adquirimos con el pueblo. La renovación de su dirigencia se
llevó a cabo en medio de fuertes cuestionamientos sobre el método de elección,
mermando su legitimidad y su validez frente a la militancia. A este
debilitamiento se suman los múltiples desaciertos a los que el actual proceso
de renovación partidista ha dado lugar, y a la aparente influencia que ejercen
actores externos al partido.
Hace un par de
semanas, escribí un artículo titulado Hegemonía, en el que advertí que el
actual proceso sería un punto de inflexión para nuestro movimiento. Por un
lado, una actuación verdaderamente justa y transparente nos consolidaría como
un instituto político con la capacidad de abonar a la expansión de la
democracia en México.
Pero, por otro,
si las personas que resultan electas como consejeras y consejeros cuentan sólo
con el apoyo de facciones o de personas que tienen la capacidad económica para
movilizar voluntades, y no el de quienes realmente cuentan con liderazgos
sociales fuertes o aportan con su experiencia y conocimientos a la vida
partidista democrática, entonces, una vez más, la profecía de la ley de hierro
de la oligarquía se cumplirá.
Con preocupación
observo que el segundo escenario es hoy el más probable. En una primera
instancia, como lo dicta la teoría, en Morena los procedimientos de democracia
interna se están viendo empañados por acusaciones e impugnaciones, como
respuesta a la exclusión de militantes de los listados de aspirantes a integrar
el Congreso Nacional.
Dejo apuntado que
las irregularidades en el proceso se prestan a suspicacias que, a priori, le
han restado legitimidad:
- La exclusión
arbitraria de militantes que, en su momento, contendieron para dirigir al
partido, como Gibrán Ramírez o John Ackerman de la primera lista;
- La elaboración
de tres diferentes listados provocados por una supuesta caída del sistema;
- La eliminación
de 10.000 registros en la alcaldía de Tláhuac, de Ciudad de México, y en Tamaulipas,
por irregularidades;
- La inclusión,
en las listas de aspirantes, de personas que hace apenas cuatro años nos
combatieron y persiguieron;
- La indebida
intervención en el proceso, documentada por medios de comunicación, de
gobernadoras y gobernadores, así como de la Jefa de Gobierno, y
- La falta de un
padrón de afiliados que evite operaciones de acarreo masivo a favor de
aspirantes al Consejo Nacional, por parte de quienes cuentan con la capacidad
económica para ese tipo de trapacerías.
Todo ello augura un pésimo desenlace.
Por parte de la
dirigencia no existen ni la capacidad de autocrítica ni el mínimo intento de
corregir el rumbo. En comunicados publicados en redes sociales se sigue
argumentando que Morena es el partido más democrático de México, lo cual yo
parafrasearía, añadiendo que “podría ser el partido más democrático de México”,
aunque en la realidad se está alejando de esta posibilidad.
La falta de
sensatez, orden, transparencia, respeto y pluralidad van en contra de lo que
provocó que Morena creciera exponencialmente en tan poco tiempo, y lo lleva a
convertirse en un partido que, como les ocurrió en la práctica a otros en
México y en otras naciones, pierda la confianza ciudadana, tan necesaria para
fortalecer la democracia nacional.
Morena se
encuentra en una coyuntura que pone a prueba la teoría: si aceptamos que el
desarrollo de los partidos políticos está profundamente influenciado por sus
orígenes, la única manera de evitar que pierda su esencia y que en su
dirigencia se consolide una oligarquía autoritaria es retomar el camino de la
institucionalización incluyente y hacer de la democracia la regla de oro de la
convivencia en nuestro movimiento, dando paso a una nueva etapa de maduración
organizativa.
Fuente: El Pais
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