Por: Jesús Mier Flores
Aunque la carpeta bomba, también ya le explotó al exgobernador, dicho asunto lo trataremos aparte, dado que el de su esposa detonó primero y eso me da la pauta de caballero, para aplicar el principio de: “Primero las damas” y más cuando en este caso se trata de una que fue primera en el estado.
Del 2016 al 2022, en Durango no hubo gobernador, sino gobernadora. Por eso ahora que la ciudadanía exige cuentas de los excesos, le impactan igual o más a quien de facto ejerció el poder.
Y he ahí el escándalo mediático que ha linchado a la exprimera dama, que cuando se desempeñaba como tal, era intocable por los que ahora hasta por debajo de la lengua le tupen y que de acuerdo a mi escaso entender, creo que les consta. Juicio que yo no podría presumir, pero tampoco callar a los que lo aseguran y que en base a sus decires hemos armado el siguiente cuento:
Es cierto que en Durango, ha habido otros gobernantes peores, pero eso no justificaría la consideración a la exprimera dama, por haberlo hecho igual, o quizá muchísimo menos. Los analistas de pacotilla afirman que los demandantes se quedaron cortos, porque la susodicha no sólo era capaz de tomar las armas, sino de dispararlas si sus cuentas no crecían.
La señora fue de las pocas personas felices en el gobierno del hombrecillo que a sus anchas en el cargo utilizaba. Mientras quienes le rodeaban parecían padecer su poder, cuando ella se regodeaba en él. Mientras los miembros del gabinete sufrían al enfrentarse al público, ella en su soberbia se lanzaba a ofenderlos y ningunearlos, a costa de hacer pasar aceite al muñeco que desde el Bicentenario la dejaba hacer su voluntad.
La ex de marras, era un personaje peripatético: Subía y bajaba, recolectaba dinero y lo esfumaba. Era de esas aves de rapiña, que no se miden en su apetito ni se conduelen para darle agua al gallo de la pasión. De ahí que utilizaba grotescamente el verbo servir para servirse.
Era un caso atípico que mezclaba la convicción para satisfacer la ambición; fingía vocación por los demás, para colmar su obsesión. Su activo fue tan enorme que el hombre pasivo que le acompañaba, no sólo legitimó su grandeza, sino que le ayudó a que creciera.
Nunca se le vio trabajar, pero hacía mucho ruido cuando simulaba hacerlo. Tampoco se midió cuando avasallaba y remplazaba a los titulares de otras dependencias. Además se lucía cuando lograba alterarles la agenda y brincaba por encima de ellos. Pero su osadía rebasaba todo límite, cuando usaba el DIF para sacar dinero a los empresarios y ofrecerles a cambio el oído y respaldo de su esposo el gobernador.
De ahí que, para nadie era un secreto que sus negocios tenían que ver con el ejercicio del poder, que ella usurpaba sin ningún problema. Dado que la transparencia que predicaban se opacaba con los moches que eran su mayor debilidad.
Ser la esposa del gobernador le abría las puertas, carteras y chequeras, que no hubieran sido tan espléndidas, sino hubiera sido la que gobernaba, cuyo poder de facto le valía para participar en todas las decisiones, porque tenía libre picaporte y tenía derecho a él. Siendo así, la mujer a la que nadie en este estado le podía decir que no.
Y como nadie se atrevía a decir que “no”, los abusos se dispararon a diestra y siniestra, amparados en desviaciones de recursos. Las transacciones millonarias que entraban y salían y nadie sabía de dónde ni por qué, mucho menos a dónde iban a parar.
Y como nadie podía decir que “no” ahí está una pobre diabla en la cárcel, víctima de la obediencia y del ¡si señora!
Su devenir del mal no le permitió ocultar sus modos miserables, ya que siempre se notó que utilizó a los de abajo para convivir y hartarse con los de arriba. Soñó con ostentar su buena suerte y para eso su esposo le asignó un presupuesto y le construyó un púlpito, para que la mostrara.
Así fue, y la
suya es un cuento de la segunda cenicienta, que de la barriada de Sinaloa se
fue a vivir a palacio y cuando el colorín colorado los alcanzó, el príncipe se
dio cuenta que no hizo de ella una princesa, sino una trácala que todo lo
arruinó.
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