Como
en su error de diciembre que detonó una enorme devaluación, el expresidente
Ernesto Zedillo parece otra vez desconectado de la realidad social.
Habitualmente discreto, salió de la prudencia invitado al foro Perspectivas
económicas y el futuro de la tecnología en Latinoamérica de la empresa NTTData,
ahí arremetió contra lo que considera una “ola” populista en Latinoamérica que
afecta el desarrollo.
El
17 de marzo, Zedillo dijo en ese espacio: “Esperemos que la ola de gobernantes
populistas e ineptos que están sufriendo un buen número de países
latinoamericanos sea seguida –gracias a la democracia que, aunque dañada, aún
tenemos– de liderazgos decididos y capaces de hacer lo necesario para que
nuestras naciones se encausen firmemente en el camino del desarrollo y la
superación de nuestros rezagos históricos”.
Salvo
casos dramáticos como el de Nicaragua, los vientos en la región son en general
democráticos y soplan a la izquierda de forma consistente en los últimos años,
aunque con liderazgos nuevos, una generación que va matizando esa vena radical
que desgastó al llamado socialismo del siglo XXI por sus graves errores y la
tentación de reelecciones indefinidas.
Las
izquierdas que hoy ganan en las urnas democráticas, aunque sin abandonar su
agenda fundamental: combatir la desigualdad y romper la idea de recetas
económicas neoliberales como único camino al “desarrollo”.
Zedillo
fue el último presidente del PRI antes de la primera alternancia en México del
año 2000, un mandatario emblema de eso que llaman neoliberalismo, la lógica de
menos Estado y libre mercado por encima de todo. Las y los electores no
evaluaron bien la gestión de Zedillo, la castigaron y optaron por otra fuerza
política, entonces el PAN de Vicente Fox, quien continuó con la misma ruta
económica, sin cambios sustantivos respecto a la enorme pobreza que sigue
siendo la regla en la mayoría de la población de nuestras sociedades en la
región.
¿Quiénes
fueron los gobiernos ineptos entonces? A juicio de los votos, pero también de
la desigualdad, el de Zedillo podría calificarse de esa forma. Según el
Coneval, la pobreza en 1994, cuando él llegó a la presidencia, era de 53.1% en
México. En sus primeros dos años de gobierno llegó a 69% y se fue en el año
2000 dejándola en 53.6%, es decir, peor que como estaba cuando llegó.
Dos
gobiernos consecutivos del PAN, de derecha y favorables a las políticas
neoliberales, terminaron en 2012 con 52.3% de pobres y el efímero retorno del
PRI a la silla presidencial, con Enrique Peña Nieto, tampoco pudo terminar con
el dato duro: más de la mitad de la población del país habita una brutal
desigualdad que las recetas neoliberales no apaciguaron durante décadas.
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en Ucrania
Puede
haber explicaciones y matices, pero ante los ojos de las y los electores, los
malos resultados, la ineptitud, está en gobiernos que encabezaron personajes
como Zedillo, candidato por dedazo de Carlos Salinas (quien después sería su
némesis político). Fue el fracaso de ese discurso de progreso inminente que
vendría con el tratado de libre comercio y las políticas favorables a la
inversión sobre todo lo demás, lo que en buena medida motiva hoy que millones
opten por alternativas de izquierda, muchas y muchos no entran en el debate de
ideologías, deciden porque viven la cotidiana, la desigualdad inocultable con
discursos sexenales.
Es
claro que las izquierdas latinoamericanas tampoco no son perfectas, pero su
permanencia en el ánimo social, mientras la vía democrática permanezca abierta,
dependerá de sus resultados tangibles, de los efectos en la mayoría de la
población y no solo en los negocios de unos cuantos.
El
termómetro para calificar como “ineptos” o “populistas” estará siempre
extraviado en opositores que asuman esa lógica de Zedillo, que insistan en la
visión económica que pretende hacernos creer que solo hay un camino y que ese
camino es el mercado por encima de todo, sin participación activa del Estado
salvo para facilitar negocios.
Es
absurdo asumir que la desigualdad nada tiene que ver con el modelo económico,
que es algo natural, que si existen políticos y empresarios que en pocos años
se volvieron multimillonarios en América Latina fue solo porque son muy
trabajadores y talentos emprendedores, que se deben a esfuerzos individuales y que
de eso trata el desarrollo, mientras que la enorme e insultante pobreza crece.
No
se sostiene la idea de que esa pobreza es porque la mayoría no se esfuerza en
espera solo apoyos y subvenciones, que es mejor la creación de empleos e
inversión sin más, aunque sean mal pagados y la inversión sea a costa de abusos
múltiples.
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Zedillo
y sus recetas supuestamente no “populistas” representa a quienes solaparon a
grupos paramilitares en Chiapas, a quienes defendieron en los hechos la absurda
narrativa de que el pobre lo es porque quiere y el rico es resultado de su
mérito individual, de trabajo duro.
La
desigualdad implacable ha visto pasar gobiernos que aplicaron esas recetas
neoliberales mediadas por corrupción antes que por la eficiencia o el
crecimiento. Así, la lógica de incentivar inversión a costa de mano de obra
barata o de convencer a los bancos de venir a nuestros países a cambio de tasas
de interés impagables y todo tipo de privilegios y componendas es, tal vez,
algo más parecido a la ola de ineptitud que orbita en el discurso del
expresidente, lo que convence a millones para votar por otra vía.
Si
opositores quieren recuperar la confianza en las urnas, un buen inicio sería la
autocrítica y no despreciar la inteligencia de las mayorías pobres que votan y
no necesitan acudir a foros económicos para saber que la economía familiar, con
gobiernos como el de Zedillo, se derrumbó, les afectó por años.
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